El robot hambriento

 

Por Isidro Berique

Isidro Berique es un joven que, en el momento de esta historia, está en el seminario. Se vio cursando dificultades en el seminario porque él ya tenía 18 años de edad y uno de los requisitos es que todo el seminarista que tenga 18 años de edad, tiene que tener la cédula de identidad. Desde entonces, ya que tenía los 18 años, comenzó a buscar la manera de ir a la Oficialía de San José de los Llanos.

Cuando él llegó allí y solicitó el acta20 para fines de cédula, entre el murmullo de la gente la secretaria le preguntó que si sus padres son haitianos. Él le respondió «sí». Entonces, la secretaria le dijo que tiene que ir a la capital.21 Respondió él: «Pero… ¿a buscar qué?»; ella respondió: «…que tu acta está suspendida». Saliendo de la Oficialía, Isidro se marchó para el seminario. Llegando, habló con el padre Daniel Retar del seminario, pero él –sin tampoco saber qué está pasando–, no respondió nada. Él continuó con sus quehaceres y vida del seminario: al colegio San Pedro Apóstol y, del colegio, al seminario.

Durante el mes próximo, Isidro fue para la Oficialía de Los Llanos en búsqueda de una respuesta de su situación porque no entiende nada. Él sabe que por aquí solo le decían «no podemos darte el acta porque tus padres son extranjeros». Él, confundido con las palabras lluviosas que caen de la secretaria, se marcha sin saber… y más confundido. Él, entonces, de nuevo va al seminario. Allí, confundido y con la presión del seminario, él decide salir y poder descubrir qué está pasando con su acta o más bien, con su vida. En el último mes, en la semana vocacional, cuando es momento de hablar con el rector, le comunica que decide salir del seminario para investigar más qué está pasando con él, y sale del seminario.

Después, en búsqueda de una respuesta de su situación teórica [de hallarse en] una «España Boba»22 comenzó a trabajar en una ruta de guaguas del municipio Quisqueya en San Pedro de Macorís. Tejiendo palabra y pensamiento con el diario vivir de cobrador de guagua, fingiendo ser un buen administrador económico.

Isidro, durante el tiempo, fue conociendo los juegos que todas las mañanas jugaba, esperando un turno largo a través de la carta y el dominó, observando hoyo tras hoyo, creando un robot de papel que se refleja en monedas de 5 x 5… hambriento… sin comer. Teniendo el rostro grande como el sol radiante, como las estrellas y cada movimiento es como un rayo penetrante sobre lo más profundo de su corazón, combatiéndolo como maniquí del tiempo y el hábito del día-a-día, sobreponiendo el hambre inconsolable de esos robots que crecen y crecen, convirtiéndose en enemigo de su propio yo.

Las monedas de RD$5 no eran suficientes… ni el dinero diario. Faltaban como hoja de rosas de esmeralda cayendo de uno en otro, solicitando dinero para la satisfacción de un robot invisible… en donde no podía ver porque vivía dentro de él, convirtiéndose en una ruleta del tiempo, cruzando caminos lejanos que solo reflejan el profundo punto verde y rayo rojizo que se veía dentro de sus ojos abiertos, y el pensamiento profundo de saber dónde hay más para satisfacer el hambre incansable de este robot que soy yo, que solo vivía para ser daño sentimental a su familia y seres queridos. Por sus actitudes y comportamiento, de estar tomando dinero prestado para poder jugar y satisfacer el hambre de esa ruleta que solo pedía cinco por cinco, convirtió el gasto en RD$5 000 y algo más, soñando ganar más y más; poder multiplicar el dinero y resolver la situación de su familia, pero cada vez que caía dinero en sus manos, solo venía a la sala de máquinas, en espera de su 5 x 5 que entran y no salen jamás, y ahora solo quedan el sonido de tambores y pitos que se satisfacen del humo que bota el aire y la vista de un mañana que llega sin que el hoy se vaya.

Quizás también te interese leer…