Los Casabes, de Zona Cañera a Basurero Provincial

 

A sus 61 años, Esperanza Núñez de la Cruz todavía tiene en su mente las imágenes del verdor de los campos cañeros, de la prosperidad de su batey Los Casabes y la pureza del ambiente que existía en su niñez. Al asomarse a su ventana y divisar la “montaña” de basura del vertedero Duquesa y sentir el mal olor que dejan los camiones recolectores a su paso por su casa, habla de un antes y después de su comunidad.

Han sido invadidos por los desperdicios que a diario genera el Distrito Nacional, los municipios de la provincia Santo Domingo, Pedro Brand y Villa Altagracia, alrededor de 4,600 toneladas diarias, que al mes suman la astronómica cifra de 138,000 toneladas en un espacio rodeado por viviendas.

Han aprendido a vivir con el mal olor, el ruido de los camiones, el bullicio de la gente y con el humo de los residuos que en ocasiones sale de Duquesa cuando se incendia.

Al lado de su vivienda, un viejo y oxidado molino de viento utilizado para extraer agua del subsuelo es de lo poco que queda de aquellos tiempos en el batey. Sus aspas de acero todavía se mueven al compás de la brisa, generando un chillido enloquecedor… pero ya no aporta nada porque hace muchos años que “la fuente se secó”.

Los Casabes, que debe su nombre a que principalmente las mujeres se dedicaban a “quemar” y vender ese producto en Villa Mella y la capital, ya no es tierra de cañas, ahora es de basura, de la que viven numerosas familias de “buzos” autorizados a ganarse la vida en medio del peligro para su salud.

A todo lo largo de la carretera que lleva al vertedero Duquesa se han creado depósitos de plásticos, cartones, vidrios, botellas, metales y otros objetos que los “buzos” recogen para comercializarlos, de esos escombros “come” mucha gente al venderlos.

En Los Casabes hay cerca de 1,500 viviendas y alrededor de 18,000 pobladores, de acuerdo con Núñez de la Cruz, dirigente de la junta de vecinos, quien asegura que la mayoría son propiedades de dominicanos que las han heredado, construido o comprado a quienes se adueñaron de las tierras del Consejo Estatal del Azúcar (CEA) cuando se produjo el descalabro de la industria azucarera.

En parte de esos predios se han instalado negocios y empresas que, en opinión de la dirigente comunitaria, poco aportan al desarrollo de la otrora zona cañera, como el caso del vertedero Duquesa a la que se le ha planteado aportar al menos un 5% de los beneficios que obtiene por la comercialización de los residuos que recibe para beneficio de esa comunidad.

En Los Casabes, queda poco de lo que era, algunas estructuras como los barracones y ocupantes, la mayoría haitianos o descendientes. Viven sin condiciones mínimas para seres humanos. Las condiciones de insalubridad saltan a la vista.

Uno de los mayores problemas es que las letrinas de los barracones están todas llenas y, como en otros bateyes, la gente no tiene dónde hacer sus necesidades y decide acudir a los montes más cercanos.

La comunidad ha reclamado por años a las autoridades solución al problema, pero no han encontrado receptividad.

La pobreza sobra y encuentra su mayor expresión en el arrugado y esquelético cuerpo de Anita Heitielo, una haitiana que tiene 42 años viviendo en el lugar. Ella también recuerda con nostalgia los “viejos tiempos” y reconoce que se trabajaba mucho, que era dura la labor de la caña, pero que podían vivir mejor porque había con qué cubrir los gastos, “había dinero”.

Ella no ha sido beneficiada de una pensión, pese a que su esposo cotizó toda su vida y murió sin recibir ningún beneficio. Anita come porque sus familiares le dan algo cuando aparece.

No tiene de nada en su casa, sí mucho dolor en su alma porque ni siquiera tiene documento de identidad personal porque, según alega, las autoridades no se lo dan, pero tampoco cuenta con un seguro de salud que le permita acudir a un centro de salud para, al menos, aliviar los males de su desgastado cuerpo.

Su casita de hojalata, construida detrás de un barracón, se llena de agua cuando llueve, el agua cruza por su centro como “Pedro por su casa” y si las lluvias son muy fuertes tiene que refugiarse donde algún vecino.

Dice estar cansada de “pasar trabajo” y solo con la muerte descansará de la vida que ha llevado en tierra ajena.

La Pobreza se Ensancha

En el mismo Santo Domingo Norte y no muy lejos de Los Casabes está el batey Estrella, el más cercano al Distrito Nacional, ubicado en el sector Guarícano, a menos de tres kilómetros del límite de la Capital.

A simple vista es difícil diferenciarlo de un barrio cualquiera de la ciudad, sin calles en buen estado, con deficiencia en los servicios, con viviendas arrabalizadas y otros males, si no se entra a sus callejones donde todavía existen barracones de madera con algunas mejoras. Aquí la pobreza parece multiplicarse en cada rostro humano.

Franco Julién nació en el lugar hace 53 años, es hijo de padres haitianos y es de los pocos que ha logrado mejorar su condición de vida, pues además de tener su vivienda mejorada cuenta con un colmadito donde se gana la vida, ya no con la mocha con la que cortaba la caña.

En el batey Estrella no se conocen estadísticas de la población residente, pues el sector de Guarícano fue creciendo con el tiempo hasta arroparlo, aunque los lugareños sí saben distinguir hasta dónde llegaba la parte cañera. Muchos haitianos, durante los gobiernos de Balaguer, vendieron a dominicanos sus barracones y tierra porque eran obligados a regresar a su país una vez terminada la zafra, cuentan lugareños, otros se resistieron y se han quedado en el lugar.

Lorena Nolasco Sarante vive en el batey desde 1968, procedente de Guarícano. Conoce el lugar “al dedillo” porque desde niña su madre la enviaba a vender dulces a los pobladores y afirma que en los tiempos muertos de la caña, cuando no había zafra, era difícil sobrevivir por la falta de recursos.

La vida de las mujeres era muy difícil también aquí porque además de atender el hogar, tenían que salir “a buscar la comida” y en su caso tenía que traslarse a pie a la ciudad para vender casabe. Con esfuerzo construyó la casa donde vive actualmente, vendiendo casabe y jugando el número 75 en la lotería nacional. Dice con firmeza que el número 75 era “muy liviano”, es decir que salía con frecuencia y que jugarlo le traía suerte.

Para muchos, batey Estrella no existe, ni otros de Santo Domingo Norte que se han convertido en extensiones de barrios marginados que agrandan la pobreza del Gran Santo Domingo.

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