Mil historias

 

Por Elena Lorac

¿Cómo se le puede llamar a tanta injusticia, inhumanidad, la burla y las críticas negativas de la vida de un ser humano que respira y, como siempre, los mismos malestares que tú sientes? ¿Cómo se le puede llamar a este aire de superioridad que tienen algunas personas de este lao? [sic], ¿Cómo se le puede llamar a las vergüenzas e impiedad de las personas extranjeras (haitianas, en su mayoría), una humillación disfrazada en un Plan de Regularización (dizque de extranjero) sabiendo uno que se trata del haitiano? ¿Cómo se le puede llamar a las largas filas ayer 15-16-17 de junio de 2015, viendo las caras de aquellos que –con alegría y con esperanza– venían en busca de un mejor futuro?, ¿cómo se le puede llamar?, ¿cómo se le puede llamar… que hablan de un ser humano como si fuera una basura o un objeto sin valor, sin saber cuál es el sufrimiento de esta persona ante esta terrible situación: las filas largas, las caras de aquellos hombres que llegaron a esta tierra vigorosa llenos de espíritu y que los traían para el corte de la caña?

Hoy son estas mismas caras, pero esta vez desgastadas, desvalidas, avejentadas de tanto trabajar –sin cesar– en busca de una mejor vida. Hoy son estas caras que aparecen en estas filas y en los canales de televisión, pero están con malos tratos, esparcidas con bombas lacrimógenas y tratadas como si fueran delincuentes o, simplemente, como exclamaban y reclamando a los cuerpos militares que estaban presentes: «Es que nosotros somos gente, ¿por qué nos tratan así como perros? ¡Aquí hay mujeres embarazadas y niños pequeños… Si no me quiere´ dar lo´ papele´, ¿por qué no´ dejan hacer esta fila grande… así?». Estas eran algunas de las palabras que expresaban aquellas personas que acudían a las largas filas en busca de un turno para ser inscritas en el Plan de Regularización.

Ya no existen los camiones cada vez que empezaban la zafra, ya no construyen aquellos barracones largos, sin baños… de una sola puerta construida, pero preparada para meter perros o puercos porque aquel lugar no es para que un ser humano con dignidad duerma y, si acaso dormía, con los ruidos de los mosquitos, de las chinches, pues le hacían ´fiestas´,26 y, luego, con el cantar de los gallos se ponían de pie para ir a entregar sus fuerzas de trabajo y sus vidas para construir una patria que ni siquiera a sus hijos reconoce… porque son aquellas élites que dicen que «ellos que son de allá».

Pero, claro, ya estos están desvalidos, ya no producen, sus fuerza y vigor se las comieron los cortes de caña que hoy se borraron y, frente a ellos, las vidas de aquellos y ellos, picadores de caña, carreteros, vagoneros, tiqueros, pesadores. Se murieron en aquellos, desaparecieron de la caña. ¿Cómo se le puede llamar?, ¿cómo se le puede llamar? Acabaron con la caña y hoy quieren acabar con nosotros también. Y hoy nos quieren desechar… como si fuéramos basura.

La vida de las mujeres migrantes haitianas y sus descendientes

Un país, una vida que arrastra mil historias que pueden ser vividas y contadas de mil y una formas. Una mujer fuente de vida y luz… y quien tiene la responsabilidad o, más bien, la virtud de procrear algo tan maravilloso como el nacimiento de un niño o niña, un ser humano, inocente, inigualable e incomparable, sin duda alguna. Dios no se equivocó en dar esa responsabilidad tan hermosa a un ser tan especial como la mujer, que pasa por varios procesos o etapas de la vida: niña, adolescente, joven… madre, hija, hermana… trabajadora, empresaria, ama de casa. Tienen –y siempre enfrentan– las grandes batallas de la vida.

Esto reflexionaba, mientras observaba a mi madre levantarse un domingo en la tarde aquejada de un fuerte dolor en las coyunturas: ¡un Día de las Madres! Mientras sufría por dentro sobre la situación de salud de ella, mi madre le daba gracias a Dios que ella pudo levantarse y vernos a mí y a mis hermanos que estaban presentes y, con lágrimas en los ojos –y entre llanto y alegría–, me dijo: «¿qué sería de mí sin ustedes… ya yo estuviera muerta» (yámuem tan ghatammurié).

—Muem lite ampil, poumuemtabaiTissan y pi boun vi —dijo mi
madre.

Eso para mí fue como un punzón-pensamiento que me desgarró el alma al oír las palabras de mi madre. Durante esa conversación tuve curiosidad, por saber más acerca de la vida de mi madre y de cómo llegó a Santo Domingo.

Si yo hubiera sabido que mi vida en tierra dominicana iba a ser así, en serio yo no venía aquí. Me trajo mi tío Sosón, que lo contrataron para venir a picar caña a Saint Domingue/ Santo Domingo en el 70, y como mi papá estaba muerto, Tissan teníamos a todo junto, pero él me mandó a buscar con una prima a escondida de mi mamá… ¡yo casi no sabía de eso yo! [sic] Llegó Adivina, y me dijo: «Ton Sosón te mandó a buscar». Yo llegué al país a la edad de 17 años. En Haití mi vida hubiera sido mejor.

Mientras ella me contaba su historia, me invadió una gran tristeza… saber por todas las situaciones que tuvo que vivir mi madre para llegar aquí y que ella puede morir sin ver un poco de felicidad. Cumplir sus sueños, vivir una vida digna, aunque sea una sola vez. Y pensaba en la injusticia de la vida, pero –mientras conversaba con mi madre– ¡yo tenía tantas cuestionantes en mi cabeza! y pensaba en la injusticia de la vida… y llegué a pensar si la vida tenía sentido.

Yo vine aquí en contra de mi voluntad. En el 86 Genot (el hermano más pequeño de mi mamá) tuvo problemas en la comunidad de Los Guineo´ con unos dominicanos… nos hacían la vida imposible. Un domingo omenzaron la familia dominicana amenazando y se desató una pelea entre la familia dominicana y Genot, mi hermano y, bueno, gracias a Dios no hubo heridos, pero ese pleito duró casi dos meses. Encima de esas peleas, una señora de la familia dominicana resultó [sic] y murió, pues ahí fue cuando se armó el lío grande, entonces tuvimos que escondernos. En una iglesia que estábamos… le prendieron fuego a la iglesia para que nos quemáramos y resultó que Gerard era un hombre que me estaba enamorando, pero yo no lo quería y, resultó que él se metió en el pleito por mi culpa y, por agradecimiento, me junté con Elecél.

Tuvimos que salir huyendo de Los Guineo´ al Batey Juan Sánchez.27Eso fue a finales del 86, en el 88 dejé a Gerard y me fui de nuevo al Batey Santa Rosa, que es un batey –ubicado en la parte alta– polvoriento y muy alejado del pueblo de Sabana Grande de Boyá. Luego de unos meses, me di cuenta que estaba embarazada, estaba haciendo mala barriga.28 Y yo dije a Gerard, sin bulla ni pelea, por un ser [sic] me dijo que si yo me quedara con el hijo, nunca iba a tener hijos, y yo me asusté y me regresé a donde Sosón al batey Santa Rosa en el mes de febrero… Allí regresé a un infierno porque la mujer de mi tío Sosón no quería saber de mí, esa mujer me hirió, me maltrató y me hizo la vida imposible y yo tenía que aguantar porque estaba embarazada y no iba a volver con Gerard otra vez, y yo decidí aguantar, yo tuve que trabajar como picadora de caña, rifaba, hacía de frutera, de to´ para sobrevivir. En un martes 18 de octubre del 88 se levanta de madrugada un fuerte dolor [sic] a esperar que fueran las 9:00, para esperar una camioneta que sale a conchar allá, la guagua se quedó en el camino, el dolor era cada vez más fuerte y, bueno, yo llegué a las 9 a maternidad de Sabana y a las 2 de la tarde nació una niña pasá de hora que pesaba solo cuatro libras y con una bola en la cabeza y los ojos de mil colores.

En el 90 fallece mi tío Sosón, que era todo para mí. Yo me sentí devastada, y ahí me fui a vivir a Batey Verde, ahí fue que conocí a Vigo, con él yo procreé cinco hijos.

Yo soy la hija mayor de mi mamá. En el 2004 terminé el 8vo y pasé al 1o de Bachillerato, donde tuve que pasar mucho trabajo. Para ir a la escuela, yo me iba sin comer, a pedir bola y, si no aparece, a pie.

El 21 de agosto de 2006, Carmen me ofrece venir a vivir con ella en la capital y a mí me encantó la idea, pues recuerdo que en el 2004, ella me llevó de vacaciones a casa de su hija que vivía en la capital, y fue lo máximo para mí, imagínate… y pensé que todo sería así de cuando fui de vacaciones. Carmen habló con mi mamá para que ella me dejara irme a vivir con ella y mi mamá no lo pensó mucho y me dejó irme a vivir con Carmen a la capital.

Carmen pensaba que todo sería fácil (como había una escuela cerca, en el sector Villa Faro, donde vivíamos) pues no sabía que solo llegaba hasta 8vo. Estuve a punto de perder el año, pues no encontrábamos escuela cerca y una maestra de la Gregorio L. Le dijo: en Los Mina abrieron un liceo nuevo, miren a ver si la aceptan. Pues en el liceo… había que pagar 20 pesos diarios.

Terminé trabajando en casa de familia donde empecé a lavar, fregando…y empecé a ganar RD$1 000. Luego, siguieron aumentando las labores y llegué a ganar RD$3 500 donde yo hacía todo. Jamás pensé que iba a pasar por todo lo que yo pasaba en aquella casa… El trabajo que para mí era una alegría, se convirtió en mi peor pesadilla. Yo tenía que llegar a las 7:00 a.m. (cuando no me tocaba dormir) hasta la 1:00 p.m., de ahí irme a la escuela Pedro Mir (ubicada detrás de La Zafra en Los Mina) a la cual yo tenía que salir corriendo, sin comer y, aún así, yo llegaba tarde y siempre tenía problemas con los profesores y con el director.

Con grandes esfuerzos terminé el bachillerato en el 2009. Para mí fue un logro importante en mi vida. Yo me pasaba el tiempo diciendo: «ya me falta poco para ir a la universidad…». Pero cuando fui a solicitar mi acta para fines de cédula, pues el Oficial Civil me dijo que no me podían entregar mi extracto de acta porque recibieron órdenes de la Junta Central Elecél toral de que no podían emitir actas a hijos de padres extranjeros. Y, desde ese entonces, comencé yo mi viacrucis: la JCE, la Feria…

A raíz de esa situación, ante mi desesperación por conseguir mi cédula y mi acta, tuve que ir a mi recinto escolar donde yo terminé el bachillerato y el que me recibió fue el mismo director con el que tenía enfrentamientos por llegar tarde. Él me preguntó: «¿Qué haces aquí, mi hija?». Y ahí empecé a explicarle lo que me estaba sucediendo y él sintió tanta pena y me dijo: «¿Cómo va a ser? ¿Tú, que tanto te esforzabas?». Y me prometió que iba a llamar a una institución que trabajaba el tema. Y, bueno, yo me fui con una esperanza. Volví al día siguiente para saber qué le habían dicho las personas de la institución. Pues una tarde de febrero el director Juan Saviñón me llevó al Centro Bonó.

Ahí recibí las orientaciones y es donde recibo información acerca de lo que estaba pasando con mi vida. Pero en esta situación llegué al 2011, un año muy difícil para mí y creí que iba a enloquecer. En la JCE me llevan a Inspectoría (un lugar solitario, frío y gris). Pues la abogada de la Junta me dice que no me pueden dar la nacionalidad dominicana porque mis padres son haitianos y mi apellido no es de aquí. En ese mismo año se enferma mi padrastro, que fue el que me crió y, luego, murió. Y yo, como la mayor al fin, tuve que hacerme cargo de todo. En la misma semana, se muere mi abuela materna: una pérdida fuerte. Luego, un proceso con mi madre: le salió un tumor en un seno. Mi hermana sale embarazada, en donde ella me dijo que fue drogada y engañada por su novio. El padre del niño la abandonó y tuve que hacerme cargo. Y las situaciones de mis hermanos en la adolescencia… y, cuando yo me vine a dar cuenta, yo tenía todos los problemas encima.

Desde el inicio del 2011, he estado yendo al Centro Bonó. En ese mismo año comencé la formación en el Centro Bonó. Desde ese proceso se forma el Movimiento Reconoci.do como una campaña y, luego, se convierte en un Movimiento. Ahí mis fuerzas [sic], a pesar de las múltiples situaciones personales, pues en el proceso de los documentos era un fuerte dolor de cabeza que no me dejaba dormir. Y me veía en la casa donde yo trabajaba explotada. Realmente me doy cuenta de que las mujeres que trabajan como empleadas domésticas, tienen que trabajar más de ocho horas o nueve… y hasta más.

A pesar de todo, yo seguía adelante. Yo estaba siempre en cada movilización y cualquier actividad que tenía que ver con mi situación. Mi fe en Dios me daba más fuerzas cada día. De noche, en mis oraciones, yo le presentaba todas mis luchas y la situación de mis documentos, mi situación económica y la salud de mi madre y todo. Al otro día, recobraba fuerzas, pero yo no me quedaba sentada, yo luchaba por mis documentos, porque según la formación que recibía me decían: «Hay que exigir lo que por derecho nos pertenece», y que quedarse sentado no resolvería nada.

Siempre llevé estas palabras en mi mente. Y pensaba en un versículo de la Biblia que dice: «La fe sin obra es muerta»29 y viceversa. Durante la enfermedad de mi madre pedí ayuda en el Centro Bonó. La persona que me recibió, me envió a hablar con Gloria, y ella me escuchó y me dijo que en el Centro apoyaban con becas para realizar cursos técnicos a personas migrantes, y que ella me iba a gestionar que yo pudiera ser beneficiada.

Nunca me aparté del Movimiento, a pesar de las voces que escuchaba que me decían: «Yo no sé para qué siguen jodiendo tanto… a ustedes no le van a dar nada». Otros decían: «Ustedes son haitianos». Pero, entre tantas voces que nos decían cosas negativas, había muchísimas más voces que se levantaron a favor de nosotros y nosotras. Ahí me sentía fortalecida al saber que no estaba sola en toda esta situación.

La negación y violación de mis derechos fundamentales fueron para mí un atraso total en mi vida. Fue una muerte civil que me mantuvo estancada por más de cinco años, sin poder estudiar, trabajar formalmente o, como lo establecen las leyes, no podía tener seguros médicos, ni siquiera un celular. Gracias al Centro Bonó, al director Juan Saviñón (director del liceo tanda vespertina Pedro Mir), Carmen Polanco, Ana María… que siempre estuvo ahí… fue como mi hermana mayor, que a pesar de ella estar en la misma situación, hacía lo imposible para que pudiera salir hacia adelante. A Guadalupe Valdez, que me abrió las puertas, me dio la oportunidad para trabajar dignamente sin tener cédula. A Juan Bolívar Díaz, por ser la persona que permitiera expresarme públicamente a través de la televisión, cosa que nunca imaginé: estar en un programa de televisión, hablando frente a las cámaras. Eso fue algo que marcó mi vida, porque a partir de ahí, donde quiera que iba, las personas se solidarizaban conmigo. Ya no tenía tanto miedo. Se me fue la vergüenza, ya yo lloraba menos. Y cada vez que veía a más personas sumarse a nuestra causa, más fuerza me daban para seguir luchando por mis derechos violentados.

Hoy tengo mi cédula, gracias a nuestra lucha. Presioné y las voces se levantaron y se siguen levantando a favor del derecho de nuestra nacionalidad. También estoy en la universidad, pero aún tenemos que seguir luchando porque aún sigue nuestra lucha por el derecho a vivir una vida digna, libre, sin discriminación alguna.

Esta historia no termina aquí. Hoy la lucha se hace más compleja. Ya no es la suspensión de nuestros documentos (a pesar que fue muy positiva la ley 169-14), pero no es menos cierto que ha generado más segregación y apatridia de dominicanos y dominicanas que nacieron en esta tierra y que el Gobierno –y algunas entidades del Estado– siguen diciendo que somos extranjeros. Esta lucha aún no termina, seguimos en pie de lucha por la restitución plena de nuestros derechos.

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