Reflexión sobre experiencia en la República Dominicana

 

Por: Belén Fresno

“¿Quién soy?” Esta pregunta puede ser una manera extraña de empezar una reflexión, pero es algo que tuve que plantearme durante mi viaje como voluntaria. “¿Quién soy? ¿De dónde soy? ¿Cuál es mi nacionalidad?” Para muchos de nosotros, estas preguntas son fáciles y se pueden responder con bastante rapidez: mi nombre es Belén Fresno, soy de España y mi nacionalidad es española. Algunos de vosotros podéis decir que sois estadounidenses, italianos, ingleses, etc. sin embargo, ¿qué pasaría si os quitaran la nacionalidad?
¿Quiénes seríais? ¿A dónde perteneceríais? ¿Cuál diríais que es vuestro país?

El 2 de junio del 2018, un grupo de estudiantes de la Universidad de Scranton, dos profesores, y yo nos embarcamos en un viaje que cambiaría nuestras vidas para siempre. Los doce fuimos elegidos para participar en el viaje del  International Service Program (ISP) a la República Dominicana, como parte del Programa de Inmersión Social en el Caribe (Caribbean Social Immersion Program). Como su propio nombre indica, el objetivo de nuestro viaje no era hacer algo; no podíamos ver ninguna evidencia tangible del servicio que
estábamos haciendo, por ejemplo, si hubiéramos construido una casa. Nuestro viaje se basaba en nuestra presencia con la gente y se centró en sumergirnos en la increíble cultura que nos rodeaba. Al principio, fue duro para mi entender como un viaje de inmersión podía ser considerado un servicio hacia los demás; no era
capaz de entender como el voluntariado también podía ser algo abstracto. Sabía que la mayor parte del tiempo interactuábamos con gente en diferentes partes del país y teníamos la oportunidad de preguntarles
sobre sus vidas. Sin embargo, a mí me parecía una conversación normal que podría tener en cualquier otro  lugar.

A menudo me preguntaba cómo iba a ayudar el que yo hablara con esas personas. 

Un poco de historia
El aspecto principal de nuestro viaje consistió en entender los problemas políticos y socioeconómicos a los que se enfrenta actualmente la República Dominicana, principalmente la injusticia contra los dominicanos de ascendencia haitiana y la lucha que algunos jóvenes han emprendido para recuperar sus derechos. Esta
historia comienza hace mucho tiempo, a principios del siglo XX, cuando las empresas azucareras contrataron a haitianos para trabajar en los campos de caña de azúcar en la República Dominicana. Muchos haitianos decidieron emigrar porque les daba la oportunidad de tener trabajo y la posibilidad de construir una vida mejor para ellos y sus familias. Con el paso del tiempo, esos inmigrantes haitianos comenzaron a establecer sus vidas y familias en ese país y han estado viviendo en la República Dominicana desde entonces. En el año 2007, se aprobó una resolución en ese país que suspendió temporalmente todos los documentos nacionales de identidad para los dominicanos de ascendencia haitiana. En la República Dominicana, para ejercer cualquier derecho civil o político, se necesita un documento llamado “la cédula” (una forma de identificación similar al Documento Nacional de Identidad o el carnet de conducir). Sin esta identificación, uno no puede comprar un coche, comprar una casa, ir al colegio o a la universidad, abrir una cuenta en el banco u obtener algo tan simple como un teléfono móvil. Esta resolución fue solo el principio de una cadena de eventos que privaron a los dominicanos de origen haitiano de sus Derechos y nacionalidad. En el 2013, una sentencia del Tribunal Constitucional desnacionalizó a estas personas y más tarde, en el 2014, se aprobó una nueva ley que parecía proporcionarles vías para conseguir la residencia legal -aunque no la nacionalidad pero acabó siendo un laberinto legal para los solicitantes. En este momento, grupos de gente que se oponen a que esta población tenga derechos, está luchando en los tribunales para hacer más estricta la aplicación de esta ley. Esta legislación divide a los dominicanos y continúa privando a estas personas de sus derechos, haciéndolos sentir inferiores y fácilmente explotados. A partir de esta injusticia, en el 2011, comenzó el Movimiento Reconoci.do cuyo principal objetivo es luchar contra estas injusticias y recuperar los derechos que su país les ha quitado.

Las personas durante nuestro viaje, nos encontramos con diferentes personas afectadas por estas resoluciones. Nos
conmovió especialmente el trabajo de Ana María Belique y sus compañeros, que juntos fundaron el Movimiento Reconoci.do. La vida de Ana María cambió cuando la resolución del 2007 se aprobó. Ella tiene nueve hermanos y sus padres emigraron de Haití años antes de que ella naciera, convirtiéndose así en una dominicana de origen haitiano. Cuando descubrió que ella era una de las muchas personas afectadas por estas resoluciones, decidió valientemente ponerse en pie y comenzar una batalla contra su gobierno sin
tener idea de cómo terminaría. Ana María, junto con otros cuatro dominicanos de ascendencia haitiana, son los miembros fundadores del Movimiento Reconoci.do. Estaban y aún siguen en una misión para educar a los afectados. Ellos abogan por sus derechos, les ayudan a obtener sus documentos de identidad y, sobre todo, intentan cambiar esta legislación para que todos los dominicanos de origen haitiano puedan ser tratados como cualquier otro dominicano. Todos son humanos y merecen ser tratados así. Para uno tomar la decisión de levantarse contra su propio gobierno no es fácil, especialmente cuando uno pertenece a la minoría. Algo que me impactó fue cuando Ana María me dijo: “si tenemos miedo, no haremos nada … y eso es lo que ellos quieren,” cuando le pregunté si ella pasaba miedo alguna vez.

“ES INCREIBLE COMO PEQUEÑOS GESTOS PUEDEN HACER UN GRAN DIA”
Su historia es una de las muchas que escuchamos durante los ocho días en el país. Mientras estábamos allí, también visitamos los bateyes, que son las comunidades de cultivo de caña de azúcar, que son propiedad y están operadas por grandes corporaciones en las que trabajan muchos dominicanos de ascendencia haitiana. Las visitas a los bateyes fueron difíciles, pero también conmovedoras. Ver las condiciones de vida en la que viven estas personas fue impactante. Algunos bateyes no tenían electricidad ni agua corriente, y niños desnutridos corrían descalzos entre cristales y piezas de metal oxidado esparcidas por el suelo. En estas comunidades, los hombres trabajan en los campos de caña de azúcar día tras día, mientras que las mujeres tienen que quedarse en casa, para cocinar, limpiar y cuidar de los niños. Mientras caminábamos por los bateyes, era un desafío aceptar que ellos tenían que vivir de esa manera, pero en toda esa miseria, las cosas más pequeñas sacaban lo mejor de esa gente. Nuestro equipo había traído caramelos, balones de fútbol y una cámara Polaroid para las comunidades que visitamos, y cada vez que los sacábamos, el ambiente cambiaba por completo. Todo el mundo sonreía de oreja a oreja mientras jugaban al fútbol, se sacaban fotos y se llenaban la boca de caramelos.  Es increíble como pequeños gestos pueden hacer un gran día. Cuando hablamos con miembros de las comunidades, me di cuenta de que incluso en las peores circunstancias, cuando su propio país los trata como inferiores, esta gente todavía sabe encontrar alegría en las cosas del día a día, independientemente de las cosas materiales que les puedan faltar.

Conclusión
Para mí, esto es lo que me he llevado del viaje: que soy capaz de ser verdaderamente feliz sin todas las “cosas” que llenan mi vida en casa. En la República Dominicana, no tenía mi teléfono, ni maquillaje, y me llevé ropa y cosas imprescindibles. Había muchos aspectos de la vida en este país a los que no estaba acostumbrada, como tener cuidado con la comida, no poder poner el cepillo de dientes debajo del grifo, ni tirar el papel higiénico al inodoro sino a una papelera. Aunque al principio estas cosas me parecieron difíciles, especialmente el no poder hablar con mi familia, no tener aire acondicionado, o no poder hacer muchas de las cosas que habitualmente  hago sin pensarlo, me di cuenta de la importancia que yo daba a cosas que no me hacían realmente feliz.
El ISP me ha dado la oportunidad de reflexionar cómo quiero vivir mi vida. En el fondo, siempre he sabido que mi vida no podía consistir simplemente en graduarme, casarme, tener hijos, y conseguir un trabajo mientras vivía en una casa bonita. No me alinterpretéis, todas esas cosas están muy bien, pero yo siento que hay algo más. En este momento aún estoy procesando mi experiencia y cómo los dos viajes que he hecho con el ISP han moldeado la forma en la que veo mi vida. Todavía no tengo nada decidido sobre mi futuro, pero este viaje me ha enseñado a no tener miedo a luchar por lo que creo y que una sola persona
puede hacer una gran diferencia en la vida de los demás. Para concluir esta reflexión, me gustaría dejaros con las palabras de Isidro Berique, otro líder de Reconoci.do que nos acompañó durante todo el viaje. Cuando le pregunté qué significaba para él la palabra “vida”, me dijo que “en la vida estamos destinados a vivir, amar  y servir.”

“EN LA VIDA ESTAMOS DESTINADOS A VIVIR, AMAR Y SERVIR”

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