La Inocencia de una Niña en el Batey

 

Por Esther Bonnat Michel

Cuando yo era niña mi familia y yo vivimos mucho tiem- po en el batey de Santa Alicia, que para mí, y los demás niños que vivían allá, ir a comer caña era la alegría de nuestra barriga cuando no había nada que comer. Un lugar que era triste cuando los que venían a picar caña peleaban, y alegre cuando los niños y adoles- centes jugaban pelota en la tarde. Pensé que tendría que vivir ahí toda mi vida porque no existía el progreso más que ver a mi padre sembrar, chapiar42 y picar caña. Tenía que llevarle el desayuno al campo de caña que era, aproximadamente, tres kilómetros a pie. Hacía mucho sol. Cuando llovía era el día que él llegaba más tarde porque aprovechaba que no hacía calor para picar más caña.

Mi papá tuvo la oportunidad de construir una casa en el pueblo de Bayaguana, provincia Monte Plata. Por esa razón nos mudamos hacia allá; estaba emocionada, pero lo que yo no sabía era que iba a vivir un infierno. Cuando nos mudamos empecé a contemplar la escuela a la cual yo iría. Cuando fui a la escuela me llevaron a mi curso, me senté y empecé a observar que todo era súper diferente, pero no divertida como en el batey porque todos nos sentábamos juntos, y hacíamos competencias para llegar primero por el único banquito pintado de color azul. Seguí obser- vando que daban recreo y veía que los niños llevaban dinero para su merienda, y no como en el batey que daban recreo, pero yo iba a mi casa a ver si la comida ya estaba lista porque solían cocinar tarde.

Tocaron el timbre para entrar y estaban pasando la lista cuando mencionan mi nombre de segunda y la profesora me pregunta: «¿de dónde viene tu apellido?». Y no le contesté. Y todos los demás empezaron a burlarse de mí. Eso era todos los días. Me relajaban, me golpeaban, me decían «haitiana», y eso era todos los días –tantos años en lo mismo– que empecé a acostumbrarme. Cuando me decían «haitiana», yo les decía «dominicano», y así sucesivamente.

Yo tuve una infancia muy apartada de la vida social y, si por error los vecinos daban una queja de mí, me daban 40 o 50 correazos. Eso era todo el tiempo. Una vez –me acuerdo– una vecina dio una queja de mí, diciendo que yo le había tirado piedras arriba de la casa. Mi papá me hizo quitarme la falda y me bajara los pantis y me acostara encima de una silla de madera y me dijo: «¡Tienes que contar!». Y empezó por uno hasta 40 correazos, yo le decía que iba a la Policía a meterlo preso porque era un abusador y que un día me iba a ir de su casa. Él no me dijo nada, no aguan- taba el caliente de los moretones, eran grandes y algunos botaban sangre.

Cuando pasé a la adolescencia, un chico vivía al lado de mi casa, el cual fue mi novio a escondidas, ya que mi padre me tenía rotundamente prohibido tener novio y, si llegaba a enterarse, ya iba a ser mi muerte. A mis hermanos Gedeón, Mirella y Zacaría tenía que pagarle y darle lo que ellos necesitaran para que no les dijeran nada a mis padres. Un día mi hermano pequeño, Gedeón, me dijo que le diera cinco pesos y le dije que no tenía. Y eso me puso mal porque sabía qué podría pasar. Fui y me robé los cinco pesos del bolsillo de mi mamá, pero ella –cuando vio que le falta- ban los cinco pesos– solo decía: «¡De seguro se cayó por ahí!». Y no seguía buscándolo. Y se lo di (a mi hermano Gedeón) para que él comprara los quimalito43 que tanto le gustaban y más que eran a peso.

Luego, en el transcurso de esa relación, tuve un embarazo a los 14 años… casi cumpliendo 15.44 Eso por no tener una educa- ción sexual, lo que me llevó a no contárselo a nadie y cuando yo se lo conté a él, que tenía 16 años, ¡me dijo que abortáramos porque éramos muy jóvenes y eso me llevó a aceptar! Pero los meses iban avanzando y, cada vez, se hacía más desesperante.

Mi hermano pequeño, Gedeón que tenía 7 años, encontró una carta que yo le había mandado a mi novio [donde le aborda- ba sobre] qué íbamos a hacer porque ya se me estaba notando la barriga. Gedeón vino corriendo hacia mi hermana Mirella, de 10 años, le dijo que yo estaba embarazada. Confundidos y sorprendi- dos fueron a contárselo a mi segundo hermano, Zacaría, el cual no aceptaba guardar el secreto. Insistía en contárselo a nuestro padre, pero mis demás hermanos no querían.

Luego me hicieron saber que tenían conocimiento de la situación y ya las personas de la calle empezaron a especular que yo estaba embarazada. Como nada dura para siempre, a los siete meses ya las cosas se ponen más graves y más visibles. Me acuerdo que un señor llamado Felipe le dijo a mi papá que me llevara al médico porque me veía pálida, que podría ser alguna enfermedad o anemia. Y mi papá se detuvo, y empezó a observarme y [decidió] llevarme al médico.

Al otro día temprano –cuando fuimos al hospital– me hicieron, primeramente, una prueba de embarazo y todo salió a la luz: mi papá se puso como loco, se fue de la casa, caí en depresión… pero todo ocurrió a base de una crianza restringida. La niña nació, pero como quiera no me sentía bien. Aunque estuve enamorada de él, al saber que él había reaccionado de esa manera y que no aceptaba hacerse responsable porque era joven…

Pensé que al nacer la niña todo se arreglaría. Fue peor porque era una discusión todos los días con la familia del papá de la niña. Demandaron a mi papá, diciendo que mi papá no los deja- ba ver a la niña y que le negaba su derecho. La situación se puso tan fuerte que –una vez– el abuelo de la niña apuntó a mi papá con una pistola; le dijo a mi papá que, ´cuando quería, mi papá que jodía tanto qué quiere´ [sic], que para él mi papá es obstáculo, para ellos conocer a la niña. Una mala siembra trajo una mala cosecha… que es un fruto bueno e inocente.

Pasaron dos años y nos mudamos hacia Monte Plata porque ya mi papá entendía que estaba en peligro y era una amena- za esa familia. Vendimos la casa, y nos fuimos hacia Monte Plata. Allá terminé mi secundaria, tenía otra vida, me fui recuperando y, mucho mejor, porque la relación con mi papá se fue arreglan- do, hasta [que] él –otra vez– me empezó a prohibir la salida… a tratarme igual, y él llegó hasta a pegarme varias veces –siendo ya una madre– porque él entendía [que] para hacerme entrar razón o regañarme por algo, tenía que pegarme. A pesar de todo, tuve bonitas experiencias. Después de ocho meses de haberme mudado a Monte Plata, conocí a un joven que pensé que era diferente… empezamos a salir, pero a escondidas de mi papá porque seguía con la misma actitud.

El joven con el cual yo salía era arrogante, privón45 porque trabajaba en el Banreservas, pero a mí me trataba con cariño, pero a escondidas porque no quería que nadie supiera. No pregunta- ba nada porque estaba enamorada. A través de estos tiempos [sic] tuve otro embarazo. Cuando supe esto, rápidamente se lo comenté a él porque yo pensé que se podía evitar un escándalo porque él trabajaba y tenía la posibilidad de mudarme y no tener que hacer que mi papá pasara por otro mal disgusto.

Y, cuando se lo comunico, me dijo que abortara porque él no estaba preparado para tener un hijo y que no se iba a casar conmigo porque él no quiere ahora una relación seria. Luego, como vio que no hacía nada, me mandó dos pastillas para que me las tomara con un refresco rojo. Ya estaba peor porque mis heridas se habían lastimado… tomé la decisión de comentárselo a mi papá antes de que él se enterara por otra vía.

Él me botó de la casa. Me fui para donde una amiga, pero [no] podía ni caminar de [lo] destruida que estaba. Desde ese día empezó mi llanto. Yo sufrí mucho porque tenía que dejar a mi hija y a mi familia y, lo sorprendente, que mi mejor amiga me dijo que tenía que irme de su casa. Yo lloraba, lloraba sin parar. De ahí volví a mi casa, sin pensar lo que mi papá iba a decir o cómo iba a reaccionar. Cuando llegué, mi madre le dijo a mi papá, que no lo reconocía que cómo me trataba así.

De ahí me fui para donde un tío en Higüey. Mi tío me recibió con mucho amor y apoyo, que era lo que necesitaba en ese momento tan difícil. Tiempo iba… tiempo venía… mi tío empezó a no darme comida. Él vivía con su esposa y su esposa trabajaba. Y ella a veces no venía a la casa porque no me soportaba con mis malestares. Empecé a pasar hambre. Parecía cuando una culebra se tragaba un maco. Solo se me veía la barriguita, eso era por el hambre que pasaba. Pedí en la calle para comprar pan porque no podía cocinar porque ni gas había. En la casa no había luz, parecía una zombi en esa casa.

Me acuerdo del 1o de enero del 2014 a la una de la maña- na –cuando todo el mundo festejaba el Año Nuevo– me sentí mal, triste… me fui caminando hacia un primo que tenía cerca, pero –en el camino– estaba pensando en mi familia y mi hija porque era el primer año que pasaba fuera de mi casa. Me fui caminan- do y decidí pararme en medio de la carretera… y me chocaran… para que pudiera morirme y terminar con el dolor que yo sentía. Vino un vehículo a toda velocidad y no había manera de que no muriera… y el vehículo frenó de golpe y el señor se desmontó del vehículo y me preguntó que si era que estaba loca. Y fue ahí que él noto que estaba llorando.

Y mi papá se enteró de eso porque los vecinos le comen- taron a mí tío, y mi tío llamó a mi mamá. Luego mi papá no aguantaba que casi todas las personas que me conocían –allá en Monte Plata y del batey– le decían a mi papá que me mandara a buscar. Mi papá decidió mandarme a buscar, pero primero me llamó diciendo que volviera, que me quería y yo fui a mi casa. Y mi hija nació y, luego, el padre de la niña se hizo responsable y yo tuve que pasar por mucho para poder ser una profesional… para tener una vida mejor y orientar y educar a mis hijas para que no pasen por lo mismo que pasé.

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